Una decisión
Noviembre
se estaba acabando, hacía frío. Normal, pensaba Aitana, no entendía tanta queja
por el frío. A ella le gustaba ese tiempo, sentir el aire helado en la cara, la
lluvia cayendo, pasear bajo ella o disfrutarla a través de una ventana con un
café calentando las manos.
Miró el
reloj, las 7:40 y pensó: “Mierda, otra vez llego tarde” mientras esperaba que
se abrieran las puertas del autobús, todavía le quedaban cinco minutos andando,
salió corriendo en cuanto se abrieron y enfiló calle arriba, mientras se decía:
“Esto se está convirtiendo en una mala costumbre, menos mal que hemos quedado
en un bar”
Llegó a
la puerta, se paró, cogió aire y entró con una sonrisa, allí estaban Eva, María
y Alba. Se acercó despacio mientras oía sus risas. Seguramente María estaría
contando uno de esos cotilleos de su oficina que tanta gracia les hacía.
-
Hola chicas, siento llegar tarde. ¿Qué me he perdido?
-
¡Hola! – respondieron las tres.
Dio un
par de besos a cada una, se sentó y compartió las risas y los comentarios, pero
su mente estaba en otro lado, en otro momento, dando vueltas a esa idea que no
desaparecía nunca. Esa idea que se había instalado de manera permanente y que
la mantenía en un estado de tristeza, oculta ante los demás y que no compartía
con nadie.
La noche
se fue dibujando tras las ventanas de la cafetería, la conversación fue
fluyendo, saltando de un tema a otro. Las horas pasaban rápido, siempre ocurría
igual en esas tardes compartidas. Llegó la hora de despedirse con la promesa
que se repetían una y otra vez y que raramente cumplían: “Esto lo tenemos que
hacer todas las semanas, no puede ser que nos veamos una vez al mes como mucho.”
Aitana
se dirigió hacia la parada del autobús, podría haber cogido el metro pero no le
gustaba demasiado. Siempre había disfrutado colocándose en un asiento pegado a
una ventana y observando a la gente que andaba por la calle, imaginando hacia dónde
iban, quién les esperaba o si simplemente paseaban sin rumbo y sin prisas.
Y
mientras el autobús avanzaba en la dirección correcta su mente vagaba sin
ninguna dirección o en todas las posibles. Su vida no era nada extraordinaria, era
normal, se podría decir que en ocasiones demasiado lineal. Siempre había hecho
lo correcto, lo que los demás deseaban de ella. A pesar de esa fama de rebelde
siempre había seguido los dictados que la vida la había marcado.
Había
estudiado, lo que todo el mundo opinaba que era mejor para ella, con buenas
salidas profesionales y con futuro. Y a ello se dedicaba, después de haber
finalizado sus estudios en Empresariales trabajaba en una gran empresa en el
departamento financiero. Un trabajo para algunos demasiado gris y aburrido pero
que, a pesar de no ser su verdadera vocación, le gustaba. Siempre había
disfrutado con la exactitud de las cifras, es o no es, está o no está. No hay
puntos intermedios.
Su
familia, quizá no era una familia perfecta, pero era la suya y la quería. Además,
¿existían realmente esas familias perfectas? Aitana era consciente que ese amor
era recíproco, a pesar de las broncas de su madre cuando no llamaba en tres
días o la mirada de desaprobación de su padre o de sus hermanos cuando no hacía
lo que ellos consideraban correcto. Claro que ella también se enfadaba con
ellos pero eran su refugio, su apoyo incondicional cuando lo necesitaba.
Sí,
tenía pareja, Jorge. Todos le definían como un “tío encantador” y era cierto. Hacía
seis años que se conocían, y a pesar de que no había sido un flechazo su
relación había ido creciendo con el paso del tiempo. Jorge era culto e inteligente,
lector voraz que disfrutaba hablando de cualquier tema y además tenía la
facilidad de hacerla sonreír incluso en los peores momentos. Desde hacía dos años
vivían juntos, había sido un paso natural pero no por ello fácil. En ciertos
aspectos eran muy diferentes, Aitana era un “desastre” en muchas ocasiones y
eso a Jorge le sacaba de quicio y Jorge era para Aitana demasiado intransigente
en determinados momentos. A pesar de ello, después de un periodo de adaptación,
la convivencia era muy buena. Se habían planteado tener hijos pero todavía no
habían decidido cuándo.
También
tenía buenos amigos, no demasiados, Aitana era una persona aparentemente
abierta que hablaba con todo el mundo pero realmente era tímida y esa timidez
la llevaba a mantener las distancias, a hablar poco de sí misma.
Aparentemente
tenía todo lo que se podía pedir, una pareja a la que amaba con la que se
planteaba tener hijos, una familia que la quería, unos amigos incondicionales y un trabajo que le gustaba. ¿Qué más se podía
pedir? Eso es lo que se decía a sí misma, constantemente, auto-convenciéndose
que simplemente era una crisis personal, en la que los demás no tenían nada que
ver, era ella misma la que no quería ser feliz.
¿Y si
quizá era eso? ¿No buscaba la felicidad? ¿O esa no era su felicidad? No lo
sabía, no estaba segura de nada o de casi nada. Excepto de una cosa, necesitaba
desaparecer una temporada.
Había
llegado el momento de dar el salto. Buscar su camino, encontrarse a sí misma.
El
problema era que no sabía cómo, las dudas la amordazaban, no la dejaban volar.
Resultaba difícil romper con una vida ya establecida. Quizá era demasiado
cobarde y probablemente todo resultaría más fácil si fueran otros los que
tomasen la decisión por ella.
Necesitaba
huir, salir corriendo. Sentía que su vida la ahogaba y no podía dar ninguna
razón para ello. Sólo era una sensación, un sentimiento que crecía a pesar
suyo, a pesar de los intentos porque no fuera así.
El
problema era cómo planteárselo a todo el mundo y que nadie se sintiera ofendido,
herido.
El trabajo
no era un gran problema, sumar vacaciones y un mes sin sueldo, sus jefes
pondrían alguna pega pero no sería demasiado grave.
Sus
amigos tampoco eran el mayor escollo, no pensaba reunirlos como si les
estuviera anunciando una gran noticia. Hablaría con su mejor amiga, Eva. Nunca
le había contado que le ocurría pero era consciente que ella intuía que había
un problema. Y esperaba que ella fuera el puente con el resto de sus amigos.
La
familia… quizá no lo entendieran, pondrían el grito en el cielo, protestarían
pero al final y muy a su pesar, aceptarían.
La parte
más difícil era su pareja. ¿Cómo explicarle a quién comparte tu vida que
necesitas estar sin él? Que necesitas meditar si ese es el futuro que quieres. Si
realmente quieres seguir adelante.
Ahí
estaba el problema, ella nunca había sido demasiado valiente a la hora de
enfrentarse a los demás. Siempre defendía sus ideas con pasión, incluso con
vehemencia. Pero sus sentimientos, sus deseos,
eran otra cosa, entonces se volvía miedosa, incluso cobarde. Y ahora
entendía que quizá era esa cobardía la que la había llevado a esa situación.
Pero ya no había opciones, esta vez debía ser valiente, sabía que si no lo
hacía no podría seguir adelante con su vida.
Se dio
de plazo una semana, en esa semana debería encontrar un lugar a dónde ir y
contárselo a todo el mundo. Diciembre y Enero, se dio cuenta de repente, las
Navidades... Su madre pondría el grito en el cielo. Pero no había marcha atrás,
ya no.
Destino:
Tenía claro que necesitaba el mar cerca, siempre le había relajado un paseo
solitario por la playa, sentarse, mirar el horizonte y meditar.
No podía
quedarse demasiado cerca, sería una tentación para cualquiera acercarse a
visitarla.
Y
mientras ese autobús realizaba su trayecto en medio de una noche estrellada, siguiendo un rumbo fijo, mientras
la vida transcurría a través de esa ventanilla, ella también estableció su
rumbo, su nuevo rumbo.
Llegó a
casa, era relativamente tarde, casi la una de la madrugada. Se acercó a la
habitación y comprobó que Jorge dormía plácidamente. Le miró con ternura, sabía
que le iba a hacer daño. Se desvistió, se puso ropa cómoda y volvió al salón.
Se acomodó en el sillón y encendió la tablet. Buscó en Google un mapa de Europa
y se quedó mirándolo detenidamente, había tantas opciones…
Después de mucho meditar optó por Malta, se dejó
guiar por su situación y por el origen de su nombre. Los griegos la llamaron
Melite (dulce como la miel) y otros atribuyen su etimología a la palabra
fenicia Maleth, que significa refugio. Y asociando… “Dulce
refugio”. Puede parecer extraño, pero Aitana era así, la decisión estaba tomada,
Malta era su destino.
La parte
más fácil estaba hecha, un lugar donde perderse. Quedaba la parte complicada.
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