Tarde de domingo
Era
una tarde de domingo. De esas tardes de invierno en que el tiempo se estira sin
tener mucho que hacer... O mejor dicho, en la que se aplazan todas esas cosas
pendientes que sí tienes que hacer.
Ese
momento de indecisión en el que no sabía si empezar un nuevo libro, leer algún
blog pendiente, zapear buscando algo que ver, observar la colección de
películas para volver a disfrutar de alguna de ellas...
Nada
le convencía, disfrutaba de un silencio poco habitual en su vida, pero era
inquieta y necesitaba hacer algo. Se preparó un café, se acercó a la ventana y
observó la calle. Una calle más de una gran ciudad, nada especial, con apenas
trasiego de gente por el frío y porque era una tarde de domingo.
Y
de repente recordó: tenía aquellas cajas que necesitaba revisar... No recordaba
qué había en ellas.
Sara
no era de esas personas que guardan todo ordenadamente con etiquetas con el
contenido o rótulos tipo “Apuntes Universidad”. No, Sara guardaba por
necesidad, buscando nuevos huecos en armarios o estanterías y casi siempre de
forma apresurada.
Aunque
siempre tenía la sensación de que cuando cerraba una de esas cajas, con el sonido
de la cinta de embalar, cerraba un capítulo de su vida, que enterraba en algún
rincón un recuerdo o un acontecimiento único.
Se
terminó el café mientras miraba las luces de la ciudad. Llevó la taza a la
cocina y se fue en busca de una de esas cajas.