Una decisión
Noviembre
se estaba acabando, hacía frío. Normal, pensaba Aitana, no entendía tanta queja
por el frío. A ella le gustaba ese tiempo, sentir el aire helado en la cara, la
lluvia cayendo, pasear bajo ella o disfrutarla a través de una ventana con un
café calentando las manos.
Miró el
reloj, las 7:40 y pensó: “Mierda, otra vez llego tarde” mientras esperaba que
se abrieran las puertas del autobús, todavía le quedaban cinco minutos andando,
salió corriendo en cuanto se abrieron y enfiló calle arriba, mientras se decía:
“Esto se está convirtiendo en una mala costumbre, menos mal que hemos quedado
en un bar”
Llegó a
la puerta, se paró, cogió aire y entró con una sonrisa, allí estaban Eva, María
y Alba. Se acercó despacio mientras oía sus risas. Seguramente María estaría
contando uno de esos cotilleos de su oficina que tanta gracia les hacía.
-
Hola chicas, siento llegar tarde. ¿Qué me he perdido?
-
¡Hola! – respondieron las tres.
Dio un
par de besos a cada una, se sentó y compartió las risas y los comentarios, pero
su mente estaba en otro lado, en otro momento, dando vueltas a esa idea que no
desaparecía nunca. Esa idea que se había instalado de manera permanente y que
la mantenía en un estado de tristeza, oculta ante los demás y que no compartía
con nadie.
La noche
se fue dibujando tras las ventanas de la cafetería, la conversación fue
fluyendo, saltando de un tema a otro. Las horas pasaban rápido, siempre ocurría
igual en esas tardes compartidas. Llegó la hora de despedirse con la promesa
que se repetían una y otra vez y que raramente cumplían: “Esto lo tenemos que
hacer todas las semanas, no puede ser que nos veamos una vez al mes como mucho.”