miércoles, 26 de septiembre de 2012

¿Una casualidad?





¿Una casualidad?

Esperaba, había decidido hacerlo sentada en una terraza mientras tomaba una Coca-Cola. Era una cálida tarde del mes de abril. Tenía un libro entre las manos. Siempre lo hacía cuando se sentaba sola. A veces era sólo una excusa y realmente se dedicaba a observar a la gente a través de las gafas de sol. Pero aquel día estaba completamente absorta en las páginas de aquel libro, le gustaba, era de esos libros que enamoran.


Una sombra se cruzó en su lectura, levantó la cabeza pensando que era el camarero, pero no, no era él. El sol la deslumbraba y apenas veía una figura, sin casi distinguir los rasgos de la cara. Parecía que esperaba, debía haber dicho algo y ella ensimismada en el libro no lo había oído.
Lo miró y dijo:
Perdona, ¿querías algo?
Sí, te preguntaba la hora.
—¡Ah! Sí —dijo ella y sacó el móvil del bolso que tenía en la silla de al lado—, son las siete y media.
—Jajaja —se rió el hombre de manera burlona.
Ella se quitó las gafas y lo miró con cara de pocos amigos.
Perdona, perdona, no lo he podido evitar. Me ha hecho gracia que buscaras el móvil llevando reloj dijo a la vez que dejaba de reír y se ponía serio.
Ella miró su muñeca derecha y comprobó que llevaba el reloj puesto. Y entonces soltó una carcajada. En ese momento sonó el teléfono. Era su cita. Hizo un gesto con la mano a modo de disculpa. Descolgó, saludó y escuchó a su interlocutor, y al final dijo:
—Nada, tranquilo. No pasa nada. Ya quedamos otro día.
Su voz era tranquila, como si no le importara, pero en realidad tenía un cabreo de mil demonios, “Don Ocupado” la dejaba plantada por segunda vez.

El hombre que le había preguntado la hora seguía allí, esperando, aunque ella no tenía muy claro a qué esperaba. Se había desplazado, al menos ahora podía distinguir sus rasgos: pelo castaño, alto y una mirada muy penetrante. O quizá no lo fuera tanto pero así parecía porque no dejaba de mirarla. Se empezaba a sentir un poco incomoda.
—¿Querías algo más?
—No, no, sólo quería pedirte disculpas por haberme reído. Normalmente me comporto un poco mejor.
—No pasa nada, es que no recordaba que llevaba reloj —intentó justificarse.
—Por cierto, me llamo Carlos —se presentó mientras le tendía la mano.
—Sonia.
Sus manos se tocaron por primera vez, era una mano cálida, pensó Sonia mientras retiraba la suya.
—Creo que ya no esperas a nadie —dijo él señalando el teléfono.
—No, bueno, parece que no.
—Entonces, ¿te importa que para disculparme te invite a otra Coca-Cola? —preguntó mientras se sentaba.
Ella lo miraba sorprendida. ¿Cómo podía ser tan descarado? Entre el cabreo que tenía ella y la actitud de él, no sabía ni qué decirle.
—No te he dicho que sí.
—Pero tampoco has dicho que no.
Ella sonrió y asintió levemente.
Por fin se acercó el camarero y pidieron algo de beber.
—Y ahora que he conseguido sentarme, te diré que preguntarte la hora sólo ha sido una excusa para poder conocerte. Llevo más de media hora observándote, estaba en la mesa de al lado, pero estabas tan fuera de este mundo leyendo que ni siquiera te has dado cuenta y no podía dejar de conocer a alguien que es capaz de olvidarse de todo lo que tiene a su alrededor. Me intrigas.
Ella sonrió, le empezaba a gustar ese descaro y la franqueza de aquel desconocido llamado Carlos.
—Tampoco es tan raro, este libro es muy interesante y alrededor no había nada que mereciera la pena —dijo con cierta ironía.
Touché.
—Jajaja. Y además de eso, ¿hay algo más de mí que te intrigue?
—Todo, al fin y al cabo, sólo sé que te gustan los buenos libros y que eres un poco despistada.
—Es cierto, soy despistada y me gusta leer. Pero, ¿todo te intriga de mí? No crees que es demasiado y que haría falta mucho tiempo para contártelo.
—No me importa, tengo todo el tiempo del mundo para escucharte. Bueno, quizá no todo el tiempo que me gustaría, pero es viernes y hasta el lunes a las 8 de la mañana no tengo nada más interesante que hacer y nada que me apetezca más.
Ella no pudo evitar sonreír. No lo conocía, era cierto, podía ser un loco, un perturbado, pero su intuición le decía: adelante, no pasa nada. Y ella se dejaba llevar por su intuición a pesar de los batacazos que había tenido y los que, estaba segura, seguiría teniendo. Y tras unos segundos respondió:
—Bueno, quizá yo no tenga tanto tiempo como tú pero no me importa charlar contigo. —le espetó Sonia tomando ahora las riendas de la conversación—. Eso sí, sería más fácil si concretaras un poco más... No querrás una biografía completa en media hora, ¿verdad? Además, si quieres saber de mí también tendrás que hablarme de ti. No me gustan los monólogos.
—¿Siempre tienes esa facilidad para convencer a los demás? —le preguntó Carlos con una sonrisa descarada—. Estoy completamente de acuerdo, te haré preguntas más concretas y yo también te contaré lo que quieras saber.
—Jajaja. De acuerdo, comencemos, su turno caballero, adelante, pregunte —soltó Sonia con una sonrisa encantadora.
Carlos guardó silencio durante unos instantes mientras la miraba y al fin dijo:
—Sonará a tópico pero necesito que ésta sea la primera pregunta porque si es “no” me sentiré feliz y si es “sí” tendré que buscar la manera en que se convierta en “no”... ¿Tienes pareja? Pero antes de que me respondas, yo no tengo. Espero que te alegre saberlo.
—No, no tengo pareja –contestó ella mientras observaba como el sonreía al oírla.
—Bueno, pues ahora mucho más relajado, cuéntame lo que quieras soy todo oídos —continuó Carlos—. ¿En qué trabajas?, ¿qué te gusta?, ¿vives cerca de aquí?, ¿con qué sueñas?, ya te he dicho que me interesa todo de ti.
Sonia no pudo evitar volver a sonreír. Reflexionó y se dio cuenta de que en quince minutos aquel hombre la había hecho reír y sonreír muchas veces. Algo que ella consideraba básico en la vida, al fin y al cabo era una persona optimista.
Las siguientes cinco horas pasaron volando, la terraza se llenó de gente, llegaron, se fueron, vinieron otros, se volvió a vaciar, pero ellos apenas fueron conscientes de ello, sólo interrumpían la conversación para pedir más bebida al camarero y algo de picar. Cuando empezaron a oír ruidos de sillas y mesas comprobaron que estaban recogiendo la terraza y qué inevitablemente tenían que marcharse, pagaron la cuenta y se levantaron. Él la acompañó al coche, ella tenía que marcharse. Se despidieron con dos besos en las mejillas. Si el roce de sus manos cinco horas antes había sido intenso, esos besos dejaron claro que entre ellos la química y la física funcionaban. Sonia sintió como se le erizaba el vello con el simple contacto de su piel.
Sonia se montó en el coche con una sonrisa y con una promesa resumida en tres palabras: “Mañana te llamo”.
Ensimismada en el recuerdo comenzó a conducir, sin poder evitar mirar por el espejo retrovisor y comprobar que Carlos seguía allí mirando cómo se alejaba.
Torció la esquina y de repente volvió a la realidad, él ya no estaba, quizá no llamaría aunque también lo podía hacer ella, quizá sólo había sido un juego... En ese momento sonó el teléfono, un Whatsapp, en cuanto paró en el siguiente semáforo buscó el móvil y leyó:

“Hola preciosa, nunca creí en las casualidades, creo que te estaba buscando y al fin te encontré. Ahora mi único objetivo es hacerte sonreír”.

Sonia volvió a sonreír, ella tampoco creía demasiado en las casualidades pero ahora mismo le daba igual el nombre que tuviera lo que había pasado. Sólo sabía que si era una casualidad la había hecho feliz.
Sólo era un inicio y nadie sabía cómo continuaría pero si sabía que al menos ese comienzo había merecido la pena. Una nueva ilusión...


2 comentarios:

  1. Excelente relato y genial la pregunta. Como mínimo una casualidad no deja de ser una circunstancia. Si aplicamos el dicho "soy yo y mis circunstancias", la casualidad sería una parte de nosotros mismos. Una casualidad de él provoca una casualidad en ella, dos seres que se encuentran, lo más natural del mundo. Así que... qué natural es la casualidad, que bien nos sienta.
    Kisitos
    /;-)

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    1. Gracias Nick, como siempre, encantador. Sí, digamos que la vida esta llena de circunstancias, llamésmoslas casualidades o destino o azar o... Depende de la persona tiene distintos nombres. Pero lo que es cierto, es que esas casualidades son las que hacen la vida interesante.
      Kisitos
      /;-)

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